jueves, 29 de enero de 2009

Historia con final feliz

Pepiño era mi padre y además era pobre, como todo el mundo entonces. Se ganaba la vida en el campo, y no volvía a casa hasta que anochecía. Por eso yo no lo acabé de conocer mucho. Las malas lenguas dicen que Pepiño ni siquiera era mi padre.
Los fines de semana mi madre, que por aquel entonces se dedicaba exclusivamente a educarnos a todos nosotros, a los siete hermanos, que a día de hoy se me han muerto tres (que en paz descansen), mandaba a mi padre con los músicos para que ganase cuatro perras para alargar las comidas y tener vino en la mesa, que en aquel entonces era un lujo casi abominable. Pepiño se dedicaba a tocar el tambor, y dicen casi todos los que le vieron que no lo hacía nada mal, aunque a veces se perdiese con el ritmo y que eso le ponía de los nervios. Un sábado invitaron a todos los músicos a comer en casa del alcalde, Pepiño cuando se vio en el plato un arroz hervido acompañado de una salsa de tomate y de una longaniza que apenas cabía en el plato, casi se muere, pues en ese momento todo el mundo era pobre, menos el alcalde. Pepiño, mi padre, según cuentan los que le vieron, se guardó para el final la descomunal longaniza, masticando y degustando el resto del plato con dedicación y esmero. De este modo, mientras todo el mundo ya estaba empinando el botijo, él aún estaba por comerse la longaniza. Entonces llegó el alcalde, que al ver que Pepiño se había dejado la longaniza, allí apartada, como si no la quisiese, sin preguntar siquiera, la cogió del plató y se la comió de un bocado. Pepiño, mi padre, no se inmutó, según cuentan las malas lenguas, y le dio un apretón de manos conforme a lo que había sucedido.

1 comentario:

Profesora Letizia Torres Nasti dijo...

Esta historia es curiosamente pintoresca y a su vez me parece un homenaje a los relatos de los abuelos en las reuniones familiares, que son sumamente tiernos y que muchas veces no dejan con la boca abierta.

Por otra parte, es dificil no sentir simpatía por Pepiño después de leer la historia, y no sé si el título es irónico, pero la sensación que se le queda al lector de la superioridad moral del personaje principal frente al Alcalde, ciertamente recrea un final feliz.