sábado, 14 de marzo de 2009

EL VIAJE DE UNA PIEDRA

Incontables años lleva una roca gigante en un acantilado del cabo Fisterra. Al ser una de las rocas más altas de todo el acantilado, es la que está más expuesta a la erosión, debido a la lluvia, viento y vejez. Y con todas las rocas aburridas que hubo en toda la vida de la Tierra, ésta tiene historia.
Las inclemencias del tiempo habían hecho que una pequeña parte de la roca se moldeara hasta casi llegar a la separación. Y por eso, el trozo pequeño, empezó a tener conciencia de lo que le rodeaba. Los pájaros extraños, las glaciaciones, los barcos, y quién sabe qué más. Pero lo que siempre le rodeaba era el mar, y su olor era lo que le alimentaba.
Pasó mucho tiempo y la roca grande decidió hacer un esfuerzo por su hija. Reunió todas las fuerzas que una roca milenaria puede reunir y consiguió que crujiera la parte que la unía a su pequeña, haciendo que el trozo pequeño adquiriera la singularidad.
Al caer, la roca sintió orgullo, más por el esfuerzo de la madre, al regalarle la libertad, que por conseguir la movilidad. Y ese orgullo hizo que al caer, tropezando, intentara que alguna roca disfrutara de su nueva condición y empezara con ella este viaje individual. Quizá fue el miedo a lo desconocido, o la soledad. Lo cierto es que por intentar ayudar, desprendió partes de sí, llegando al mar en muy mal estado y sin nuevas amistades.
Pero no le importó, porque lo que vio cuando llegó, era el mundo más maravilloso que nunca pudiera haberse imaginado. Todo le sorprendía y le encantaba. Las algas, los peces de todos los colores y formas, moluscos, cangrejos. Aprendía riéndose de todo y acercándose a todos silenciosamente.
Su primer encuentro con otras piedras viajeras no fue muy bueno. El movimiento de la marea y su escaso tamaño después de la caída hizo que llegara cerca de una orilla. Allí conoció a sus compañeras de viajes, todas bonitas, pulidas, redondeadas y agrupadas, y él, hecho polvo después de la caída, lleno de aristas e imperfecciones, no causó muy buena impresión. Con la inocencia del recién llegado, se acercó, pero sus acercamientos eran dañinos, debido a las aristas que tenía por intentar ayudar a los demás.
Comprendió su osadía y se marchó, pensando “Mi pobre madre no puede moverse y estas piedras disfrutan de su vagancia. No creo que lo puedan comprender”. Sabiéndose con más experiencia y orgullo que las demás, empezó su viaje hacia el conocimiento.
No hace falta relatar la historia de la piedra viajera, es una historia de curiosidad. Sólo decir que el tiempo le dio la perfección, comprendiendo que lo que había estropeado a su madre, la erosión, le estaba dando la forma perfecta que ya no quería, puesto que su experiencia le había hecho entender que un exceso de tiempo era la muerte. Y con paradoja pensó que prefería la muerte viajando que la vida de estancamiento de su pobre madre sin haber visto el mundo.
Y como el final de un viaje es volver al principio, visitó a su madre antes de su desaparición, y el mayor aprendizaje se lo dio esta otra piedra singular, que largos años disfrutó de visitantes y turistas, desde su situación privilegiada, como última piedra del cabo Fisterra.

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