Decirle a alguien que uno lee más por diversión que por no aburrirse viendo pasar los letreros siniestros de las estaciones de metro, o peor aún susurrarle a alguien con emoción “yo es que, en mi tiempo libre, escribo” puede ser motivo de risa o de total desesperación de nuestro interlocutor.
A veces esto no es del todo así, si le dices a tu jefe que acostumbras a leer a Thomas Man, puede este aprovechar a lucir su faceta fustrada de burgués ilustrado y decirte, “ciertamente, no todo el mundo conoce a Thomas Mann, como nosotros”; y entras en ese “nosotros” elitista con el que intenta salvar la situación pero inmediatamente te mira con ojos de loco y luego levanta la vista al cielo y se repite interiormente “ya tocaba ya, otro carajo de intelectual en la oficina”.
Y ahora lector, a imaginar…Si esta situación se plantea mientras estás leyendo en el ascensor un libro de poesía, y encima contemporànea, surge la tos, la indecisión al elegir bien los botones del elevador, la crisis, el sudor…o peor aún la obviedad fría de la indiferencia.
Mirarse en un espejo. Ir a buscar a la biblioteca una antología de jóvenes poetas en la España de hoy, es mirarse en un espejo.
Los reportajes de las revistas que dicen categorizarse como de izquierdas, aunque son más centro-izquierda, para digamos fortalecer la capacidad de goleada, incluyen en los poetas jóvenes de la España de la democracia, a saber; a los treintañeros más famosos del momento por sus versos desde las cátedras y puestos universitarios, y…Ah, sí, alguna que otra virgen que ha ganado un premio haciendo gala de lo difícil que es ser mujer en los tiempos que corren, con tantos parados y gente sin hogar, que vaya, que horrible es ponerse un biquini.
Escribir y ser joven, y por si fuera poco sensible, es vivir en una nube. Hoy sólo se puede intentar entender la publicidad, sorber información de Internet hasta no saber ni a que se debe nuestra curiosidad por la reproducción del cangrejo de río americano, hablar de “Perdidos” y de “Fama”. Por si fuera poco, se nos limita hasta la capacidad irónica, que queda enmarcada entre los programas de comicismo forzado, infantil y morboso y los dibujos norteamericanos sobre familias a límite de la incultura a los que salva siempre el consumismo y el “todo vale”.
Y llega el momento del discurso en el que quedaría bien eso que alguien dijo alguna vez, no recuerdo bien cuando ni porque, y que tanto se repite en un sinsentido “escritores del mundo uníos”. Pero es que eso ya no funciona, eso de “escritor” es un término ya vacío, todo lo es en este mundo donde los conceptos político-sociales van quedando caducos o así es como quieren que se nos presente.
Sólo queda escribir, escribir hasta que nos sangren las yemas de los dedos, hasta que se termine el papel, las paredes, los parques, las playas y los renglones bien torcidos.
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