sábado, 1 de agosto de 2009

Nota sobre el tema de un rey y la venganza de un príncipe

Cuando llega el momento, escribir como al dictado me es natural; por eso de cuando en cuando me impongo reglas estrictas a manera de variante de algo que terminaría por ser monótono. En este relato la "grilla" consistió en ajustar una narración todavía inexistente al molde de la Ofrenda Musical de Juan Sebastián Bach.


Se sabe que el tema de esta serie de variaciones en forma de canon y fuga le fue dada a Bach por Federico el Grande, y que luego de improvisar en su presencia una fuga basada en ese tema -ingrato y espinoso-, el maestro escribió la Ofrenda Musical donde el tema real es tratado de una manera más diversa y compleja. Bach no indicó los instrumentos que debían emplearse, salvo en el Trío-Sonata para flauta, violín y clave; a lo largo del tiempo incluso el orden de las partes dependió de la voluntad de los músicos encargados de presentar la obra. En este caso me serví de la realización de Millicent Silver para ocho instrumentos contemporáneos de Bach, que permite seguir en todos sus detalles la elaboración de cada pasaje, y que fue grabado por el London Harpsichord Ensemble en el disco Saga XID 5237.

Elegida esta versión (o después de ser elegido por ella, ya que escuchándola me vino la idea de un relato que se plegara en su decurso) dejé pasar el tiempo; nada puede ser apurado en la escritura y el aparente olvido, la distracción, los sueños y los azares tejen imperceptiblemente su futuro tapiz. Viajé a una playa llevando la fotocopia de la tapa del disco donde Frederic Younes analiza los elementos de la Ofrenda Musical; vagamente imaginé un relato que en seguida me pareció demasiado intelectual. La regla del juego era amenazadora: ocho instrumentos debían ser figurados por ocho personajes, ocho dibujos sonoros respondiéndo, alternándose u oponiéndose debían encontrar su correlación en sentimientos, conductas y relaciones de ocho personas. Imaginar un doble literario del London Harpsichord Ensemble me pareció tonto en la medida en que un violinista o un flautista no se pliegan en su vida privada a los temas musicales que ejecutan; pero a la vez la noción de cuerpo, de conjunto, tenía que existir de alguna manera desde el principio, puesto que la poca extensión de un cuento no permitiría integrar eficazmente a ocho personas que no tuvieran relación o contacto previo a la narración. Una conversación casual me trajo el recuerdo de Carlo Gesualdo, madrigalista genial y asesino de su mujer, todo se coaguló en un segundo y los ocho instrumentos fueron vistos como los integrantes de un conjunto vocal; desde la primera frase existiría así la cohesión de un grupo, todos ellos se conocerían y amarían u odiarían desde antes; y además, claro, cantarían los madrigales de Gesualdo, nobleza obliga. Imaginar una acción dramáica en ese contexto no era difícil; plegarla a los sucesivos movimientos de la Ofrenda Musical contenía el reto, quiero decir el placer que el escritor se había propuesto antes que nada.


Hubo así la cocina literaria imprescindible; la telaraña de las profundidades habría de mostrarse en su momento, como ocurre casi siempre. Para empezar, la distribución instrumental de Millicent Silver encontró su equivalencia en ocho cantantes cuyo registro vocal guardaba una relación analógica con los instrumentos. Esto dio:


Flauta: Sandro, tenor

Violín: Lucho, tenor

Oboe: Franca, soprano

Corno inglés: Karen, mezzo soprano

Viola: Paola, contralto

Violonccelo: Roberto, barítono

Fagote: Mario, bajo

Claves: Lily, soprano


Vi a los personajes como latinoamericanos, con asiento principal en Buenos Aires, donde ofrecerían el último recital de una larga temporada que los había llevado a diferentes países. Los ví en el inicio de una crisis todavía vaga (más para mí que para ellos), donde lo único claro era esa fisura que empezaba a operarse en la cohesión propia de un grupo de madrigalistas. Había escrito los primeros pasajes al tanteo -no los he cambiado, creo que nunca he cambiado el comienzo incierto de tantos cuentos míos, porque siento que sería la peor traición a mi escritura_ cuando comprendí que no era posible ajustar el relato a la Ofrenda Musical sin saber en detalles qué instrumentos, es decir, qué personajes figuraban en cada pasaje hasta el fin. Entonces, con una maravilla que por suerte no me ha abandonado cuando escribo, vi que el fragmento final tendría que abarcar a todos los personajes menos a uno. Y ese uno, desde las primeras páginas ya escritas, había sido la causa incierta de la fisura que se estaba dando en el conjunto, en eso que otro personaje habría de calificar de clone. En el mismo segundo la ausencia forzosa de Franca y la historia de Carlo Gesualdo, que había subtendido todo el proceso de la imaginación, fueron la mosca y la araña en la tela. Ya podía seguir, todo estaba consumado desde antes.

Juegos Julio Cortázar

1 comentario:

Profesora Letizia Torres Nasti dijo...

Este relato es bueno...pero de Córtazar os aconsejo "La Isla al Mediodía" ; "Bestiario" y como no, "La noche boca arriba"...
Ya me contáis que os han parecido...

Un saludo!

Letizia :)