Existe una antigua leyenda que cuenta la historia de un hombre que al ser el primero en lograr una hazaña de enorme importancia sintió la necesidad de contárselo a la tribu. Tan pronto como empezó a hablar, sin embargo, empezó a enmudecer y, faltándole las palabras, se sentó. Entonces se levantó -según cuenta la leyenda- un hombre que no había tenido maestro alguno, que no había tomado parte en la acción heroica de su compañero y que no tenía virtud alguna salvo estar tocado -esa es la expresón- por la magia de la palabra precisa. Él vio, él narró; y describió los méritos de aquella hazaña de tal manera que, nos asegura la leyenda, las palabras "cobraron vida y empezaron a caminar por el interior de los corazones de quienes escuchaban". Desde ese momento, al comprobar la tribu que las palabras estaban vivas de verdad y temiendo que el hombre de las palabras pudiera crear con ellas historias falsas que contara a los hijos de la tribu lo prendieron y lo mataron. Pero más tarde descubrieron que la magia estaba en las palabras, no en el hombre.
De Rudyard Kipling, fragmento de un discurso sobre literatura
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