sábado, 24 de abril de 2010

Existe una antigua leyenda que cuenta la historia de un hombre que al ser el primero en lograr una hazaña de enorme importancia sintió la necesidad de contárselo a la tribu. Tan pronto como empezó a hablar, sin embargo, empezó a enmudecer y, faltándole las palabras, se sentó. Entonces se levantó -según cuenta la leyenda- un hombre que no había tenido maestro alguno, que no había tomado parte en la acción heroica de su compañero y que no tenía virtud alguna salvo estar tocado -esa es la expresón- por la magia de la palabra precisa. Él vio, él narró; y describió los méritos de aquella hazaña de tal manera que, nos asegura la leyenda, las palabras "cobraron vida y empezaron a caminar por el interior de los corazones de quienes escuchaban". Desde ese momento, al comprobar la tribu que las palabras estaban vivas de verdad y temiendo que el hombre de las palabras pudiera crear con ellas historias falsas que contara a los hijos de la tribu lo prendieron y lo mataron. Pero más tarde descubrieron que la magia estaba en las palabras, no en el hombre.
De Rudyard Kipling, fragmento de un discurso sobre literatura

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