martes, 16 de diciembre de 2008

GUERRA


No recuerdo mi edad pero aún soy joven para morir. No sé donde está mi casco, debí perderlo durante la huída. Me resguardo bajo la pared de una casa en ruinas. Las balas silban alrededor mía, pero no me asusta pues será la que no oiga, la que finalmente acabe conmigo.
No sé como hemos llegado a esto, miento, es una cosa que hago constantemente. Sé muy bien como hemos perdido toda esperanza de victoria.
A mí alrededor todo es caos. La gente huye entre el humo y la destrucción que han provocado los continuos bombardeos. Solo quedamos unos pocos para defender Barcelona. A los lejos oigo las voces del enemigo acercarse cada vez más. Aprieto contra mi pecho el fusil, ese que no he utilizado durante toda la guerra. Que por qué se preguntarán…, bueno, solo puedo decirles que no me gustaría tener sobre mi conciencia ninguna muerte, incluso ni la de uno de esos fascistas que frente a mí se frotan las manos pensando que han concluido el trabajo y son los ganadores.
Es difícil que en esta situación aún pueda evadirme, largarme de aquí y de esta realidad. Mi mente vuelve a la infancia, a otro momento difícil, quizás así consiga encontrar una salida. Recuerdo el día en el que rompí la vara con la que el profesor solía castigarnos. Aquel símbolo de opresión cayó en mis manos y no pude hacer otra cosa que romperlo en mil pedazos. Cuando el profesor preguntó quién había sido, di un paso al frente sin pensar en las consecuencias y con voz firme dije que era yo el culpable. Lo que no sabía era que guardaba otra, exactamente igual en el cajón. No tengo tiempo de contarles lo que sucedió.
No me cogerán vivo, de eso estoy seguro. Miro a mis compañeros que intentan resguardarse en el edificio de enfrente, uno de los pocos que permanece en pie, pero en ese momento vuela por los aires, ha sido alcanzado. Algunos de ellos me piden ayuda desde el suelo pero mis músculos no responden.
He decidido qué hacer. Contaré hasta tres y saldré de mi escondite. Será un final teatral y nada útil para la causa, pero las cosas no suceden como uno las planea. La explosión de un mortero junto a mí me alcanza de lleno...
La gente dice que es fácil matar pero yo les digo que no, que morir es más complicado de lo que se piensan. Tuve tiempo de regresar. Tardé en darme cuenta que el líquido viscoso que saboreaba era mi propia sangre. Tiene un sabor peculiar, diferente a todos los demás.
Tumbado en el suelo, sin poder moverme veía las botas de alguien acercarse a mí ¿Cómo podía mantenerlas tan limpias? Las suelas de cuero deshacían todo lo que encontraban a su paso. Al llegar a mi lado se detuvieron. Noté el frío del acero descansar sobre mi cabeza..., no dio tiempo a más...
Mi madre se acerca. Dice algo que yo no puedo oír pues Antoñito Fuentes tiene su pie colocado sobre mi oreja. Que guapa es..., mi madre tiene ese don que yo achaco a todas las madres de aparecer en el momento más deseado, como cuando me despierto por una pesadilla o como ahora que Antoñito ha vuelto a vencerme jugando a la guerra…

No hay comentarios: