
Salio a su terraza y vio su pequeño naranjo nevado. Las ramas se retorcían confusas y, sin ellas decidirlo, las naranjas habían caído lentamente y se encontraban postradas sobre la tierra húmeda y todavía latente. El, cuidadosamente las limpio de la escarcha y las observo pensando en los meses que habían tardado en madurar. Confuso, intento de todas las maneras que sabia atarlas al árbol y devolverlas a su situación inicial, al mismo tiempo que sabia que no había nada que hacer. Las ramas sobre las que habían vivido estos meses no permitían que las pequeñas naranjas se unieran de nuevo y pudieran volver a tener tantas y tantas tardes de buenos momentos en esa maceta blanca adornada con flores de colores….
Las naranjas, despechadas, las miraban absurdamente sin saber como actuar…Algunas se exprimían intentando ser coherentes para que su rama les diera una oportunidad. Pero las ramas ya no las necesitaban.
Las mismas manos que las habían abrigado del frío, las levantaron de la tierra y las alejaron del naranjo. Al cabo de unos días las había convertido en nuevas semillas. Preparó una nueva maceta, y junto al naranjo original, las planto. Y mientras las plantaba, sintió como el antiguo naranjo alargaba sus ramas intentando ser un injerto de lo que una vez había formado parte de él mismo.
Cuando pasaron unas semanas y volvió a salir a la terraza, el nuevo naranjo había crecido firme y sin miedo al frío. Los nuevos frutos crecían brillantes, e incluso había logrado compartir su espacio con el antiguo naranjo.
El cuidador, orgulloso, volvió a sentirse como antes de que la nieve le confundiera.
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