Siempre he sentido que tenía una mano izquierda aunque ésta no estuviese en carne y hueso. En realidad, nunca lo estuvo. Nunca pude coger las cosas con las dos manos. Pero yo siempre he tenido constancia de ella, de mi hermana fantasma y he preparado mi mundo para ella.
Lo más difícil no ha sido convencerme a mí mismo, porque yo sé que existe, está en mí como la está el resto del cuerpo. Lo más difícil ha sido enseñarles a los demás que el que no vean una cosa no significa que no exista. Al principio todos veían la nada, la no presencia de algo que se cree realmente en todos. Pero eso tampoco fue difícil de explicar, en el fondo el cuerpo se esconde detrás de muchas cosas, los ojos solo ven aquello que quieren ver. Lo verdaderamente complicado ha sido acariciar un cuerpo y ver como se encogía al no sentir la presencia de la mano que necesitaba. Luego había que explicarle, que no estuviese en carne y hueso no significaba que no estuviese. Esto ha sido prácticamente imposible.
Muchas veces mi mano ha producido un horror sin límites. La visión del muñón me ha alejado de gente verdaderamente interesante. Otras veces, la sola inclusión en la conversación de la presencia de algo que no se puede ver, ha producido el silencio, un silencio sobrecogedor que ha acompañado el resto de la velada. Muchos son los que dicen que no he aceptado la muerte de mi mano, que aún sigo pensado que algún día me levantaré y estará allí, como lo podría haber estado al principio. Aunque todos se equivocan. Ya no quiero tener dos manos. Yo sólo sé que aún esta ahí. La presiento como se siente el calor de una mano que va a posarse en tu nuca, o la llegada del temporal y las bajas presiones.
viernes, 16 de enero de 2009
Siempre he sentido que tenía una mano izquierda
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