L escribe cuentos. Cuando L escribe un cuento golpea el teclado, aspira los cigarrillos, golpea la puerta, sale a la calle, vuelve, se enfrenta otra vez al papel en blanco, y empieza a escribir. Al principio, las primeras palabras de L son como las primeras gotas de una tormenta. Luego todo le parece fácil. Si el cielo está gris, él ve el sol, si la playa está abarrotada de turistas, él se siente solo y puede contemplar el oleaje.
L no puede escribir cuentos todos los días, aunque piensa en ellos cuando está en el trabajo, e imagina que los está escribiendo, como si fuese capaz de dibujarlos en un espejo. Para L estos cuentos son imborrables aunque luego nadie sepa de ellos, o cuando se ponga a ponerles palabras no salgan como él tenía pensado. A veces no se da cuenta y me habla de ellos. Me dice que tiene pensado un cuento circular que empieza en Montaigne, sigue con Emerson, continúa en Harold Bloom y termina en Plutarco. Pero Plutarco son mil páginas y quizás por eso el cuento al final se le acabe atragantando.
L también tiene su criptonita. Si L te acaba contando el cuento antes de escribirlo, seguramente no será capaz de llevarlo a cabo. Esto último le molesta mucho, pero a veces es incapaz de guardar sus secretos, y una vez contados es como si hubiese perdido la fe en ellos.
El otro día vi a L, sabía que de un momento a otro iba a contarme el cuento que aún no había escrito. Se lo vi en los ojos, como cuando un hombre te va a contar cosas aunque al principio se resista a ello. Y entonces, me contó el cuento. Al día siguiente le llamé. No había podido escribirlo, y en él asomaba la pequeña decepción de la impotencia. Un poco más tarde me decidí, y escribí su cuento, el que él tenía pensado.
L no puede escribir cuentos todos los días, aunque piensa en ellos cuando está en el trabajo, e imagina que los está escribiendo, como si fuese capaz de dibujarlos en un espejo. Para L estos cuentos son imborrables aunque luego nadie sepa de ellos, o cuando se ponga a ponerles palabras no salgan como él tenía pensado. A veces no se da cuenta y me habla de ellos. Me dice que tiene pensado un cuento circular que empieza en Montaigne, sigue con Emerson, continúa en Harold Bloom y termina en Plutarco. Pero Plutarco son mil páginas y quizás por eso el cuento al final se le acabe atragantando.
L también tiene su criptonita. Si L te acaba contando el cuento antes de escribirlo, seguramente no será capaz de llevarlo a cabo. Esto último le molesta mucho, pero a veces es incapaz de guardar sus secretos, y una vez contados es como si hubiese perdido la fe en ellos.
El otro día vi a L, sabía que de un momento a otro iba a contarme el cuento que aún no había escrito. Se lo vi en los ojos, como cuando un hombre te va a contar cosas aunque al principio se resista a ello. Y entonces, me contó el cuento. Al día siguiente le llamé. No había podido escribirlo, y en él asomaba la pequeña decepción de la impotencia. Un poco más tarde me decidí, y escribí su cuento, el que él tenía pensado.
Espero que a L le guste, aunque nunca se sabe.
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