
"Porque soy del tamaño de lo que veo/ Y no del tamaño de mi estatura". Cada vez que pienso en estoy dos versos nada me parece imposible, como que mañana me levante y al escuchar algo, me quede en silencio, sin querer demostrar nada, ni decir: aquí estoy, éste es mi tamaño, o el que quiero que tú te creas, porque así me conviene.
Son dos versos de Caeiro, heterónimo de Pessoa, en los que súbitamente nos transporta adentro, donde se nos cuece la verdadera vida, porque lo demás nos queda lejos, lo que no podemos ver, lo que jamás entenderemos aunque lo expliquen mil veces, porque nuestros ojos no son capaces de verlo.
Pero la verdadera profundidad de estos versos la encontramos en un pasaje del Libro del desasosiego de Bernardo Soares, heterónimo de Pessoa, el cual, en pocas líneas, se deja llevar por el entusiasmo de estos versos, repitiéndolos varias veces, sumiéndose en un pequeño misticismo que le ayuda a limpiarse por dentro, quitando las telarañas y barriendo las pequeñas metafísicas de la vida.
Son dos versos de Caeiro, heterónimo de Pessoa, en los que súbitamente nos transporta adentro, donde se nos cuece la verdadera vida, porque lo demás nos queda lejos, lo que no podemos ver, lo que jamás entenderemos aunque lo expliquen mil veces, porque nuestros ojos no son capaces de verlo.
Pero la verdadera profundidad de estos versos la encontramos en un pasaje del Libro del desasosiego de Bernardo Soares, heterónimo de Pessoa, el cual, en pocas líneas, se deja llevar por el entusiasmo de estos versos, repitiéndolos varias veces, sumiéndose en un pequeño misticismo que le ayuda a limpiarse por dentro, quitando las telarañas y barriendo las pequeñas metafísicas de la vida.
Sin más transcribo totalmente el pasaje para que lo disfrutéis tanto o más que el mismo Bernardo Soares cuando lo escribió:
"Releo pasivamente, recibiendo lo que siento como una inspiración y una liberación, esas frases sencillas de Caeiro, en la referencia natural de lo que es consecuencia del pequeño tamaño de su aldea. Desde allí, dice él, porque es pequeña, puede verse más del mundo que desde la ciudad; y por eso la aldea es mayor que la ciudad...
«Porque yo soy del tamaño de lo que veo
Y no del tamaño de mi estatura.»
Frases como éstas, me parecen crecer sin voluntad que las hubiera dicho, me limpian de toda la metafísica que espontáneamente añado a la vida. Después de leerlas, me acerco a mi ventana que da a la calle estrecha, miro al cielo grande y a los muchos astros, y soy libre como un esplendor alado cuya vibración me estremece todo el cuerpo.
«¡Soy del tamaño de lo que veo!» Cada vez que pienso esta frase con toda la atención de mis nervios, me parece más destinada a reconstruir consteladamente el universo. «¡Soy del tamaño de lo que veo!» Qué gran posesión mental va desde el pozo de las emociones profundas a las altas estrellas que se reflejan en él y, así, de cierta manera, están allí.
Y ahora ya, consciente de saber ver, miro la vasta metafísica objetiva de todos los cielos con una seguridad que me da ganas de morir cantando. «¡Soy del tamaño de lo que veo!» Y el vago claro de luna, enteramente mío, empieza a viciar de vaguedad el azul medio negro del horizonte.
Tengo ganas de levantar los brazos y gritar cosas de un salvajismo ignorado, de decir palabras a los misterios altos, de afirmar una nueva personalidad vasta a los grandes espacios de la materia vacía.
Pero me reprimo y sereno. «¡Soy del tamaño de lo que veo!» Y la frase sigue siendo para mí el alma entera, apoyo en ella todas las emociones que siento, y sobre mi, por dentro, como sobre la ciudad, por fuera, cae la paz indescifrable del duro claro de luna que empieza ancho con el anochecer."
"Releo pasivamente, recibiendo lo que siento como una inspiración y una liberación, esas frases sencillas de Caeiro, en la referencia natural de lo que es consecuencia del pequeño tamaño de su aldea. Desde allí, dice él, porque es pequeña, puede verse más del mundo que desde la ciudad; y por eso la aldea es mayor que la ciudad...
«Porque yo soy del tamaño de lo que veo
Y no del tamaño de mi estatura.»
Frases como éstas, me parecen crecer sin voluntad que las hubiera dicho, me limpian de toda la metafísica que espontáneamente añado a la vida. Después de leerlas, me acerco a mi ventana que da a la calle estrecha, miro al cielo grande y a los muchos astros, y soy libre como un esplendor alado cuya vibración me estremece todo el cuerpo.
«¡Soy del tamaño de lo que veo!» Cada vez que pienso esta frase con toda la atención de mis nervios, me parece más destinada a reconstruir consteladamente el universo. «¡Soy del tamaño de lo que veo!» Qué gran posesión mental va desde el pozo de las emociones profundas a las altas estrellas que se reflejan en él y, así, de cierta manera, están allí.
Y ahora ya, consciente de saber ver, miro la vasta metafísica objetiva de todos los cielos con una seguridad que me da ganas de morir cantando. «¡Soy del tamaño de lo que veo!» Y el vago claro de luna, enteramente mío, empieza a viciar de vaguedad el azul medio negro del horizonte.
Tengo ganas de levantar los brazos y gritar cosas de un salvajismo ignorado, de decir palabras a los misterios altos, de afirmar una nueva personalidad vasta a los grandes espacios de la materia vacía.
Pero me reprimo y sereno. «¡Soy del tamaño de lo que veo!» Y la frase sigue siendo para mí el alma entera, apoyo en ella todas las emociones que siento, y sobre mi, por dentro, como sobre la ciudad, por fuera, cae la paz indescifrable del duro claro de luna que empieza ancho con el anochecer."
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