Las tazas son singulares; así como cada pieza de la vajilla. No nos lo habíamos propuesto, pero ya se ha empezado a extender entre la cubertería. Así que podría decirse que, dadas tus circunstancias, existe cierto protocolo que debes conocer. Luego, tú decides.
Si te fijas bien, verás que ninguno de los vasos de esta casa es igual a otro. Lo mismo ocurre con las tazas y los platos. Siempre existe ese detalle definitivo que marca y distingue. Ya en la primera visita uno se da cuenta, pero nadie dice nada; das por hecho que existe siempre un par de piezas sueltas de otros juegos de las que algún habitante de ese espacio doméstico se ha encaprichado y ha decidido hacer de esas “sus piezas”. Son elecciones personales que no tienen ninguna explicación lógica, la verdad.
¿Tenías un Long Island, verdad? No preparo muchos de esos, tendrás que disculparme.
El caso es que existe siempre esa atracción inexplicable, ¿sabes a lo que me refiero? Seguro que en tu casa también pasa. Pues esto es un poco lo mismo, pero a escalas insospechadas. Verás, te explico.
A todo esto, yo soy Li, encantada. ¡Qué maleducada soy! No me lo tengas en cuenta. Soy muy mala con los nombres y solo recuerdo los que me son significativos. Pero deja que te dé una vuelta por la casa. Acompáñame y mientras te haces una idea de todo esto.
Nuestro primer paseo juntos… ¿sabes qué bien!?
No te quedes ahí, ven. Hazme el favor.
No olvides tu copa ahora que ya te la he puesto.
Ven, sígueme, es por aquí.
Bueno, como estás fumando vamos a esperarnos aquí en el patio. En ese ala de la casa no se puede fumar; casi todo es de madera.
Además hace muy buena noche. Se ha adelantado el verano.
Vamos a ese banquito de ahí. Que corre un poco más de aire y podremos hablar mejor. Además, se escuchan los acordes de dentro.
Me encanta la música fluyendo en el tedio del poniente. Me hace disfrutar del movimiento.
Una de las cosas que me encanta de esta casa es que es apreciable la naturalidad de la convergencia. Ya verás.
Es una de las primeras veces que vienes por aquí, ¿no?
Como ya habrás podido suponer esta casa es un lugar de paso para mucha gente. De hecho, el arquitecto ya la concibió así por orden expresa de la Marquesa, que mandó reformar la granja original. Porque esto antes era una granja enorme, allá por el diecinueve, si no recuerdo mal. Pero con la llegada del progreso, los trabajos del campo se empezaron a mecanizar y la Marquesa, aconsejada por su círculo de amistades, decidió conservar unos pocos animales y adaptar la granja a sus necesidades para evitar que generara tantas pérdidas.
Las obras duraron más de lo previsto, porque la Marquesa y sus asesores de las altas esferas intervenían sobre el proyecto de manera reiterada e impredecible.
¿Has visto cómo está la luna? Bonita, ¿verdad?
La granja quedó habilitada como una espléndida residencia en el campo abierta al perpetuo trasiego de autoridades y fauna de todo tipo que encontraron en el carismático carácter de la Marquesa el refugio ideal para sus excentricidades.
Cuando la Marquesa murió, dejó todos sus bienes a Darling, que era al único que sentía como familia y trataba como tal. Todo el mundo sabía que eran piezas de un mismo juego. La Marquesa ni se casó, ni tuvo hijos, pero eso es otra historia. La cuestión es que ligó a Darling y a toda su estirpe a esta granja.
Ven, vamos dentro.
Este ala pertenece a la era Darling, que hizo de la granja una especie de parador. Por aquí paseaban ociosos infinidad de políticos, cantantes, músicos y pintores de principios de siglo. Con Darling esto vivió sus mejores días. Mandó construir este ala para no tener que cruzarse continuamente con los huéspedes. Luego, con la guerra, todo cayó en el olvido.
Mira, ese que viene por ahí es Yon, un sueco que lleva ya cinco años haciendo el camino de Santiago sin mover ni un pie de esta casa. Esa taza con el trébol anaranjado en el culo era la suya. No te preocupes. Sabe que estas cosas pasan. No es la primera vez que un invitado hace añicos algo de los de aquí dentro.
Luego te veo, guapo.
Además, es un buenazo. Tiene la paz de los bosques de su tierra. La cara que pondrá el pobre cuando lo descubra. En fin, que no sé quién te ha invitado esta noche, pero tú ya tienes tu propio vínculo con todo esto. No necesitas más invitaciones.
Ahora solo falta que aportes algo, otra taza, si quieres. Lo que sea.
Volvamos con los demás. Parece que la cosa se está animando.
Antes de irte, tienes que bailar conmigo. Que no se te olvide.
Ni eso, ni lo de la taza.
Discúlpame un momento.
Luego te veo.
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