El payaso Max salía siempre de buen humor de casa de su agente, aunque nunca hubiera trabajo para él. “Estamos en crisis, y la gente no quiere payasos para sus fiestas, quiere famosos”, le decía su agente.
Max amaba su disfraz de payaso y siempre se negó a trabajar sin él. Se lo había regalado su padre y su abuelo, también payasos, y representaba su vocación como payaso de los de antes, de los de circo, tartas y monociclo. Antes ya no quiso aprender trucos de magia ni equilibrismo, menos quería ahora aprender lo que se pedía, que era discutir en público y apalabrar amoríos.
Los famosos llenaban las fiestas de cumpleaños, circos, salas de fiesta y todos lados en los que solía trabajar Max. Recurrió a las empresas temporales y recursos humanos, pero requería un currículum con ciertos concursos y además le hacían un baremo midiendo la cantidad de polémica que podía proporcionar. Max no estaba acostumbrado a esas cosas. A él le gustaba hacer reír e incluso en estos casos, nunca perdía el humor.
Un día le llamaron de recursos humanos, diciendo que requerían de él y de su disfraz, pero no podía hacer humor en su trabajo. Max se lo pensó. Se acordó de su padre y su abuelo, en el circo, andando en el monociclo y tirándose tartas, disfrutando de su trabajo en compañía y haciendo reír a los niños. Pero no tenía dinero, y ya se estaba haciendo a la idea de que su trabajo como payaso había dejado de existir.
Se presentó en el trabajo, que consistía en perseguir famosos con deudas que le costaba trabajo pagarlas. Los perseguía por la calle, en el trabajo y por todos lados con el coche de payaso. Le gustaba el trabajo porque se lo pasaba bien y divertía a la gente, hasta hacía humor incluso cuando recibía empujones y sopapos de los famosos.
Pero un día Max dejó de ser Max. Le dijeron que requerían de él, pero no de su traje, aunque podía hacer el humor que quisiera. Max ya estaba concienciado de que debía evolucionar como trabajador, y se presentó en el trabajo, que consistía en subir a un plató de televisión, y hacer el mismo trabajo que Max había pensado que había dejado de existir.
Max amaba su disfraz de payaso y siempre se negó a trabajar sin él. Se lo había regalado su padre y su abuelo, también payasos, y representaba su vocación como payaso de los de antes, de los de circo, tartas y monociclo. Antes ya no quiso aprender trucos de magia ni equilibrismo, menos quería ahora aprender lo que se pedía, que era discutir en público y apalabrar amoríos.
Los famosos llenaban las fiestas de cumpleaños, circos, salas de fiesta y todos lados en los que solía trabajar Max. Recurrió a las empresas temporales y recursos humanos, pero requería un currículum con ciertos concursos y además le hacían un baremo midiendo la cantidad de polémica que podía proporcionar. Max no estaba acostumbrado a esas cosas. A él le gustaba hacer reír e incluso en estos casos, nunca perdía el humor.
Un día le llamaron de recursos humanos, diciendo que requerían de él y de su disfraz, pero no podía hacer humor en su trabajo. Max se lo pensó. Se acordó de su padre y su abuelo, en el circo, andando en el monociclo y tirándose tartas, disfrutando de su trabajo en compañía y haciendo reír a los niños. Pero no tenía dinero, y ya se estaba haciendo a la idea de que su trabajo como payaso había dejado de existir.
Se presentó en el trabajo, que consistía en perseguir famosos con deudas que le costaba trabajo pagarlas. Los perseguía por la calle, en el trabajo y por todos lados con el coche de payaso. Le gustaba el trabajo porque se lo pasaba bien y divertía a la gente, hasta hacía humor incluso cuando recibía empujones y sopapos de los famosos.
Pero un día Max dejó de ser Max. Le dijeron que requerían de él, pero no de su traje, aunque podía hacer el humor que quisiera. Max ya estaba concienciado de que debía evolucionar como trabajador, y se presentó en el trabajo, que consistía en subir a un plató de televisión, y hacer el mismo trabajo que Max había pensado que había dejado de existir.
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