domingo, 11 de enero de 2009

Tres mujeres

Hay una chica en cierta fotografía, fumando, apoyada en una tabla de planchar, su postura, debe ser su postura la que llama la atención. Los vaqueros ajustados, la chaqueta de cuero y un jersey ceñido. Es una mujer hermosa que casi no sonríe, tiene los ojos pintados, los labios pintados, mira a la cámara dejando caer su peso sobre la tapa de la lavadora. Su atractivo acrobático me recuerda a otras chicas pero no me lo creo.
Hay una rubia delante de mi mesa, una rubia elegante, extranjera. Un rubio con camisa la acompaña. Ella me mira pero no me ve. Yo tampoco la veo, me gustaría verla y por eso me iré de aquí, a su país, cualquiera, no por ella, ni por mí, por verla, tal vez por sus gafas, por el ruido de la cucharilla al agitar el café. Una mujer me mira desde el cuadro de la pared. Usa esa especie de zuecos que se agarran al talón, pantalones cortos, una mochila negra en la que no cabe nada. Se ha dado la vuelta para poder mirarme. Tiene ojos de once de septiembre o abierto hasta el amanecer. Debe escandalizarla la esquina neoyorquina. Citibank, Panasonic, Budweiser, The Home Depot pero a mí no me importa. No conozco la ciudad, le aconsejaría cruzar ahora que está en verde, sonreír a la vida como la chica de enfrente, ir al videoclub para alquilarse a John Wayne. Cualquier cosa que la saque de aquí. Bastante tiene uno con aguantarse a sí mismo.

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