viernes, 20 de febrero de 2009

VIVO EN TI

No puedo precisar si soñé o viví una realidad distinta durante aquel fin de semana de otoño. Estoy seguro de que no fue un delirio ni tampoco un hecho razonablemente real. Era sábado, el día había amanecido nublado y las nubes amenazaban lluvia. Yo me encontraba sentado en mi habitación estudiando, mi cabeza inclinada, los codos clavados y la mirada fija en los apuntes. La letra era demasiado pequeña para mi gusto. Tenía por costumbre subrayar con colores las palabras clave de los textos y también las que por algún motivo ajeno a la comprensión de la memoria se resistían a ser retenidas en mi mente. Estando así concentrado mi visión se nubló súbitamente. Pensé en el cansancio, en las escasas horas dormidas y en el frugal desayuno. Quise levantarme pero no pude. Sentí mis piernas, mas no la fuerza necesaria usual para usarlas. Mi corazón empezó a latir con fuerza, víctima de su miedo y del mío. Recuerdo que entonces algo parecido a un estado de vigilia se apoderó de mí y desperté. Consciente de no sufrir ni delirio ni sueño mi primer pensamiento fue seguir estudiando, leyendo aquella letra insufrible que coloreaba con disgusto y desacierto pictórico. Los tonos amarillos resaltaron con más fuerza hiriendo mis ojos y algunas letras empezaron a moverse difuminadas. Quise leerlas. No pude. Los tonos azules iniciaron un proceso similar y pronto siguieron a los azules los rojos. La hoja, antes subrayada, estaba limpia; la misma letra, las mismas líneas, parecían ahora recién salidas de la fotocopiadora o de la imprenta. Intuitivamente miré a mi alrededor, como si aceptara de antemano la hipótesis irracional de la huida de colores. No me equivoqué. Los tonos amarillos le habían robado al texto cuatro letras, los azules tres y los rojos seis, como pude comprobar después, cuando tras leer tres palabras impresas en la pared blanca, fijé de nuevo mis ojos en la página. HOLA, en amarillo, SOY en azul, SHADIA, en rojo. Impresionado por aquella visión me levanté; mis piernas, llevadas por el miedo, resistieron el envite. Quise alcanzar el corredor para dirigirme al salón y huir de aquello, que si bien no reputaba sueño, empezaba a insinuarse como una pesadilla. Me detuve en la puerta. Noté unas manos acariciando mi rostro y mis labios fueron besados por otros más carnosos. Alargué la mano buscando un cuerpo que no encontré. “Hola Soy Shadia”, escuché. Alguien me hablaba, no sé desde dónde, pero, lo cierto, es que escuché una voz dulce y resuelta. Logré traspasar la puerta de mi habitación, pero apenas pude caminar dos metros. Me sujetaron unos brazos, sentí el peso de una mujer sobre mi cuello, y también unas piernas que me apresaban por la cintura. Respiré profundamente mientras decidía qué hacer con aquel peso extraño que secuestraba mis movimientos. Podía soltarlo y caminar hacia el salón, pero también cabía la posibilidad de sostenerlo, al fin y al cabo aquel cuerpo invisible no me dañaba sino que, muy al contrario, deseaba procurarme placer. Decidí sostenerlo, pensé que si no lo hacía dañaría el cuerpo que, aunque intangible, sentía junto a mí. Quise rodear la presunta cintura que, como un ciego, intuí a la altura de la mía. Pensé que no la hallaría, que Shadia no se transformaría en un ser tangible, pero nuevamente me equivoqué. Mis manos sujetaron una cintura frágil y atlética; la besé llevado por el deseo y guiado por la presunción del movimiento de los cuerpos. Hallé sus labios, su cuello, el nacimiento de sus pechos que mordí suavemente pero con avidez. La llevé a mi cama, la amé durante horas, siempre intuyéndola, de la misma manera que un invidente amaría, pero, en mi caso, amando un cuerpo y viendo a la vez su ausencia, pensando que si alguien presenciara la escena me tomaría con razón por loco. Nuestros cuerpos, fundidos en un abrazo inteligible, se estremecieron; por fin cansados, extenuados. Habían transcurrido diez horas desde que sintiera su primer contacto. Ella apoyó su cabeza sobre mi pecho y se quedó quieta. Imaginé que dormía. Acaricié su cabello y, sin variar la postura, cerré los ojos. Cuando desperté ella seguía en la misma posición. Era domingo, había amanecido y el sol de noviembre hería mi mirada a través de la ventana. Con suavidad acomodé el cuerpo de la mujer y me levanté para bajar la persiana. Volví al lecho, Shadia dormía. De pronto despertó y me abrazó con fuerza mientras se situaba encima de mi cuerpo. Sentí sus labios en mi garganta, sus pechos en mi corazón. Su cintura se confundió con la mía y noté sus piernas en mi estómago. Quise volver a abrazarla pero sólo pude leer en colores, escrita en la pared, una frase que decía: VIVO EN TI.

por: David Condis

2 comentarios:

CORI dijo...

Gracias Lucas, lo mismo va por ti.

Un abrazo,

David

Brandao dijo...

Me ha gustado bastante tu relato fantástico. Entre otras cosas creo que es no es nada fácil escribir cuentos fantásticos, ya sea porque no tenemos en nuestra experiencia imágenes o recuerdos sobre ellos, o por la larga tradición de cuentos fantásticos que empiezan a finales del siglo XVII y que tuvieron su máximo esplendor en el romanticismo alemán (Hoffman) y E.A.Poe, además de contemporáneos hispanomericanos como Quiroga o Cortázar que lo han llevado a extremos casi insuperables. Sí quieres puedes leerte un artículo de Italo Calvino sobre los cuentos fantásticos publicado en ciudad Selva. Te paso el link: http://www.ciudadseva.com/textos/teoria/opin/calvino2.htm

Es una análisis entre histórico-literario y aportaciones propias, pero que te ayuda bastante en puntos necesarios (creo) al plantear un cuento fantástico.

Sin nada más, se despide un amigo, Quique (el que va siempre con Lucas a vuestras reuniones literarias y lúdicas).

Seguimos en contacto. Mi email es: enri_camarena@yahoo.es y en el blog soy Brandao.

Adeu.