viernes, 26 de junio de 2009

Nociones de pintura (o la incertidumbre y el piano II)

Se desborda una voz que habla en francés a estas horas del día. No entiendo todo lo que dice, pero sí algunas cosas. Las imágenes ayudan, claro. Y más ahora que (ladeo la cabeza y hundo a golpes de barbilla un cojín que me impide ver) la voz habla de un pintor. Dejó de pintar hace unos años. Su última serie data de 2003-2007. Solo son retratos. Fotografías que se revelan como brochazos a partir de un detalle, un objeto extraordinariamente definido en la distancia. Esta técnica, dice la voz, la dominó gracias a una obsesión que sufrió por los espacios domésticos y sus objetos. Esta experiencia le valió la capacidad de crear entre 1981 y 1986 la fascinante serie Menage donde sus obras transmiten las texturas más allá del objeto doméstico en cuestión; por ejemplo, en el cuadro Champs dans le salon un ramillete de flores amarillas descansa en una silla de cabaret de madera atando todo el espacio al campo mediante el formidable acabado del trozo de pita que une las flores. Y la verdad es que es brutal cómo irrumpe cualquier idea de campo sobre el azul segrelles de los muebles que decoran el salón.

En la última serie, aparecen todos los miembros de su familia. Los cuatro integrantes de su vida doméstica dejan pasar la universalidad en todas las pinceladas de sus retratos. La clave reside en las manchas de color que gobiernan ese instante: le soulagement, la satisfaction, le plaisir, le douleur o le souci. Por lo que se ve este pintor tiene algo de sinestésico. O el que hizo el documental. O ninguno. Y así todo está en manos de la pasión de cada uno. Pero sí que es cierto que la homogeneidad que generan los cuerpos y las facciones de los modelos se anula por completo ante esa cadenita que la primera esposa del pintor le regaló a su nieta la mayor y que la distingue, la limita y la representa más que el aire de sus ojos hacia la izquierda o la cascada de rizos amarillos.

Este mismo efecto lo consigue en los retratos de sus tres hijos. Me ha parecido entender corbata. Deben ser carne de oficina, porque los dos mayores solo aparecen en traje chaqueta, arrugados e impecables en gris, abiertos siempre desde la corbata. Entonces sí que era corbata. El pequeño solo aparece una vez en la serie. Es un retrato tomado en una terraza donde exhibe su desnudez viril desde una tumbona de plástico blanca. El objeto que nos abre el retrato es una toalla rugosa y con cercos de humedad presente. Sin olvidar la magnífica reproducción del reloj de su hijo que encadena con brillos metálicos los dos desnudos de la serie, este y su autorretrato. Este último presenta al pintor en la desnudez arrugada de las manchas de sus ochenta y dos años. El reloj que lleva en la mano izquierda está tan definido como el del retrato de su hijo pequeño y aunque a simple vista parecen el mismo, no lo son. Tal es la riqueza de los detalles. Al comentar esta particularidad del reloj en los desnudos y preguntar lo que parecía obvio, Claude Accroc, el pintor, responde “ça veux dir la décadence que commence”

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